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Feambulante: la construcción de paz en medio de las violencias cotidianas en Chilpancingo

Por: Frida Angélica Gómez



"Respira. Respira. Respira. Vocaliza. Dilo fuerte en tono de "aaah". 30 veces. Dilo alto. Respira. Respira. Aguanta la respiración. Ha zla profunda. Respira. Respira. Deja que fluya esa bola. Esa bola de energía que se sube desde la vulva hasta el pecho. Déjala subir. Ahora está en la frente. Respira. Hazlo hondo. Se concentra ese calor. Respira más profundo. Hazlo más rápido. Grita. Gime. Llora. Llora. Llora. "-Dra. Fabiola Trejo. Taller de autogestión del placer.

 

Normal viene de la palabra "norma", del latín normalis. Utilizamos ese vocablo para todo aquello que sirve como norma o regla, eso que se ajusta a conductas fijadas de antemano (y deseadas, también); la usamos para referirnos a todo aquello que es común, usual o frecuente. En Guerrero, la violencia es normal.

Particularmente, el municipio de Chilpancingo guarda en sus mujeres historias cotidianas de camionetas blancas que levantan a sus pares, asaltos que terminan con la vida de sus padres, toques de queda auto-impuestos por el miedo a que también les pase, grupos de monitoreo por el miedo a no volver a casa. Silencio en las calles, pasos apresurados, miradas cómplices entre desconocidas dispuestas a cuidar a las otras. Miedo en el estómago, crisis de ansiedad, pesadillas, dobles chapas, impunidad. Certeza de que no hay sentido en presenta una denuncia, certeza de que hablar ante un Ministerio Público, pone en riesgo la vida de quién lo hace. Más silencio. Certeza de abstenerse los tramos donde hay sierra. Certeza de los mandamás del comercio de amapola. Unas piernas colocadas en el OXXO, un torso colocado en la misma tienda de conveniencia de la siguiente esquina, y un brazo en la próxima, otro brazo en la que sigue.

La cabeza en la parada final. Mensajes en grupos advirtiendo por donde no pasar. Grupos armados que entran a las casas a fiscalizar. Mil historias más. Aunque Guerrero fue la primera entidad en tipificar el feminicidio a nivel nacional, actualmente es el estado que menos acredita el delito y según las cifras de la sociedad civil junto con el Observatorio Nacional de Feminicidios, es la entidad número uno en la comisión de este delito. La misoginia en Guerrero es estructural.

En el lugar más ardiente y peligroso para ser mujer, Las Revueltas resisten. Tienen el vientre lleno y conmovido. Pasaron del llanto, del dolor y la indignación a construir brazos fuertes que se impongan al miedo. Protesta, organizan, se juntan y se revuelven. A sabiendas o tal vez, simplemente resistiendo, las activistas feministas han construido un espacio exclusivo para otras mujeres en donde las guerrerenses viven algo que para ellas no es habitual: un espacio seguro. El "país de las mujeres" está construido sobre una cooperativa autogestiva.

En "Las Revueltas" no hay colores comerciales en tonos anaranjados proponiendo discursos anuales sobre la violencia contra las mujeres. En ellas hay un espíritu de lucha que promueve el feminismo 24 horas al día, los 365 días del año como una propuesta combativa para ejercer el poder más básico: el de la autodeterminación.

Sin saberlo, Fembulante es una propuesta de construcción de paz que logra canalizar el terror por la violencia conceptual hacia un sitio seguro, separatista, hecho para el desahogo que logra recargar la energía de las 60 participantes. Todas las mujeres que acuden a Fembulante, se dan la oportunidad de abandonar los espacios de explotación que, en diferentes niveles y magnitudes, nos han tenido en control opresivo y violento machista. Desde los empleos mal pagados, la inequitativa división de los trabajos en el hogar, las horas de trayecto, los cuidados amorosos, las horas en que los hombres están cerca de nosotras, la violencia de los medios, el miedo a ser la siguiente, los orgasmos que no tenemos, las relaciones casi forzadas, las violaciones enmascaradas de deberes conyugales, la soledad del día con día. La resistencia cotidiana. La vida.

La última edición de Fembulante se centró en el placer y la necesidad de conocer y reconocer nuestros cuerpos (nuestras cuerpos, diríamos en el país de las mujeres) como nuestra primera tecnología y nuestro primer territorio. Nuestra primera extensión de la conciencia políticamente dividida por un género, por asignaciones sociales que nos han expropiado por años, décadas, religiones e imposiciones el acceso más básico a nuestro centro del disfrute y el placer.

Previo a publicar la crónica del encuentro, el Fembulante que puso al orgasmo y al clítoris en el centro del debate partió desde entender nuestros cuerpos como las entrañas del poder sexual y al poder sexual, como la raíz del poder político, pues el primer sitio de dominación patriarcal se encuentra en las alcobas. Un poder que no se logra ejercer a plenitud en los contextos en que vivimos. Un poder que se ha arrebatado desde el acoso sexual, cuando se asume por las calles que pueden pronunciarse sobre nuestra imagen y evaluarnos partiendo de nuestra capacidad para satisfacer los gustos masculinos, de juzgarnos a partir de encajar con la modestia, santidad y exclusividad que piden los hombres.

Iniciar Fembulante en Chilpancingo con un diálogo franco y abierto sobre el orgasmo, en el espacio que rezaba "Ni la tierra ni las mujeres somos territorio de conquista" fue un acto de rebeldía y también, de resistencia. Porque pudimos, porque lo hicimos, porque nuestras madre-hermanas Yolotzin, Yelitzia, Marel, Sagrario, Petunia, Jenny y muchas Revueltas más lograron darnos un espacio de paz en medio de la guerra. Detener el tiempo para amarnos, reconocer nuestros cuerpos, politizar el placer. Desde Lisístrata hasta la justicia íntima propuesta por la Educadora Sexual Feminista, Fabiola Trejo, volvimos de Fembulante con la plena certeza de que la primera revolución, está en la cama y que el poder no se pide por favor, se arrebata. El sistema neoliberal ha mercantilizado nuestros cuerpos y hoy que nuestra sexualidad pareciera definida en clave del placer para los hombres, hacernos del tiempo en la agenda para la masturbación, el orgasmo y el roce de mangos, papayas y frutas directo con nuestras vulvas, es revolucionario. Rechazar el modelo económico por ser la fuente originaria de nuestra precariedad implica rechazar también que nuestra sexualidad sea identificada como una moneda de cambio y que ello sea habitual, significa combatir el uso de nuestros cuerpos como botines de guerra y como fuentes de intercambio, implica combatir la erección y eyaculación masculina como referentes de `relación sexual satisfactoria´, ideas que nacieron de la reflexión colectiva.

El placer feminista y el conocimiento de nuestro cuerpo fue un descanso de la lucha social, un pretexto fundamental para unirnos y reunirnos, para reconocernos y sanarnos, pero en el centro, para articularnos reparadas desde el interior y poder salir a luchar: a construir nuevos horizontes políticos que nos mantengan vivas y seguras, espacios de auto defensa desde los que reconocemos que el Estado ha fallado, fuerzas para reclamar el poder que nos arrebataron, que la sociedad es patriarcal y que las únicas que nos vendremos a salvar, somos nosotras mismas. 

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