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Opinión | El peligro era el amor, ahora la muerte



Por: Adonias Rosales Sierra

Hace poco contaban como algunos noviazgos se veían a escondidas, porque los padres no permitían que sus hijas o hijos mantuvieran vínculos afectivos con alguien hasta cierta edad, pero el gusto, el cariño que crecía con las miradas, señas o las cartas, eran más grandes que cualquier prohibición, aunque debían cuidarse lo mejor posible hasta que se concretara un acuerdo de voluntades, siempre con la intención de establecer un matrimonio.

 Era muy difícil mantener una relación si quiera a escondidas, para eso tenían que buscar estrategias de comunicación; señas con los dedos, chiflidos, recados verbales con amigos o amigas entre otros, de tal manera qué, aunque los padres tenían vigilancia de sus descendientes, no podían con la creatividad de éstos.

Un caso en Totomixtlahuaca es el del finado hace días Maximino Crispin Olguin, quien empleaba los chiflidos, señas con los dedos detrás de un árbol de pipe a unos ocho metros de la casa de su secreta novia, para decirle a su futura esposa en ese tiempo, que era hora de verse en el lugar acordado, regularmente era en alguno de los ríos. Cuando la ahora señora veía las señas, en automático salía de su casa para reunirse con él, eso no lo veían los padres de ella, pero si los vecinos.

 En ese tiempo se creaban canales de comunicación imposibles de descubrir, prevalecía el amor sobre todas las cosas, aunque restringía esas libertades en mayor medida a las mujeres, los padres decidían cuando y con quien casarlos, el hombre y la mujer debían cuidarse porque a cualquier error había una consecuencia fatal; como casarlos a una edad temprana en la no estaban preparados para una responsabilidad de tal magnitud, o prohibirles verse por siempre, era un verdadero peligro que les cambiaba la vida para resignarse a las condiciones y términos de los padres.

En esta época que transcurre hay un poco de libertades en ese tema, pero la prohibición dejó de ser un problema generalizado. A partir del año 2006 con la fallida política del combate al crimen organizado de Felipe Calderón Hinojosa, en lugar de detener la ola de crímenes, en México aumentó la violencia de manera exponencial, nadie por miedo se atrevía a manifestar algo al respecto, fue hasta en 2014 con la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa que se evidenció al Estado mexicano como un panteón de víctimas de desapariciones y homicidios a lo largo y ancho del país.

Los actos terroristas cometidos por el crimen organizado con aquiescencia del Estado no terminan, siguen y es contra la población en general entre sus formas está el atentado contra la vida; desde las desapariciones de niñas o niños, hasta homicidios, desapariciones y desplazamientos forzados. En los últimos años se tipificó el delito de feminicidio, pero es evidente que no hay avances en la prevención de ése delito, el ejemplo, es en el caso reciente de Debanhi Escobar, quien sólo por salir a una fiesta con sus amigas, la desaparecieron y posteriormente le quitaron la vida en un Estado donde según el gobernador Samuel García, del enero al 17 de abril del presente año se habían presentado 327 reportes de mujeres desaparecidas.

Es difícil vivir como seres humanos en un mundo donde lo único que importa son los intereses económicos a base de cualquier acción hasta perjudicial. El sistema patriarcal se mete en las entrañas de la mente para que los hombres no lloren y a pesar de ello sean parte del índice más alto de suicidios, se matan entre ellos, exhiben su valentía con homicidios en la vía pública para demostrar que forman parte de los estándares más altos de criminalidad, cometen delitos de feminicidios al amparo del poder estatal, el mal concepto que tienen de la vida los eleva al nivel de la perversidad desapareciendo niñas y niños, no hay respeto a la humanidad.

Ninguna de las dos épocas son justificables, pero sin duda alguna; actualmente se parece más al fin de la existencia humana en el cual, el peligro es un concepto que se queda muy corto para representar la maldad.

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