Violencia obstétrica, impunidad que merodea hospitales de Guerrero
Fotografías: Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan
Acapulco, Guerrero., 24 de noviembre de 2020.- Diana Karen era de origen Me'phaa. sobrevivía en las marañas de la miseria y pobreza avasalladora que cubre a los habitantes de la región de la Montaña de Guerrero.
A esto se suma el olvido de las autoridades y el alto grado de marginalidad. Apenas y culminó sus estudios de secundaria.
Nació el 9 de septiembre de 2005 en la comunidad de Barranca Piña, municipio de Acatepec. Nunca imaginó que, en la cama de un Hospital, teñiría las sábanas de rojo, ni ser presa de violencia obstétrica a sus 14 años.
La Montaña se tiñe de rojo todos los días. En un contexto del continuum de la violencia la cual crece disparatadamente, las desapariciones y los asesinatos continúan (actualmente) a pesar de la presencia de la Guardia Nacional, los feminicidios y la violencia obstétrica bajo el manto de la invisibilidad. Diana Karen murió el 11 de abril de 2019.
Diana Karen cursó el prescolar en la comunidad de Barranca Piña. Como todas las niñas del fuego, siempre pegada a su mamá cerca del fogón. Jugaba echando tortillas con la masa, también jugaba con los animales de traspatio.
Trataba de inventar sus propios juegos inenarrables, mientras en Guerrero corría una aparente transición política con Zeferino Torreblanca y en el país, Felipe Calderón Hinojosa, marcaba el parteaguas de la llamada guerra contra el narcotráfico.
Diana vivió cuatro años con su familia de escasos recursos económicos. Bajo circunstancias de sobrevivencia su papá y su mamá tuvieron que trasladarse a la comunidad de Petlazolapa, municipio de Atlixtac, donde estudió hasta cuarto año de primaria, sin embargo, volvieron a cambiar de domicilio a Huistlazala.
Entró a quinto año donde concluyó sus estudios de primaria y ahí mismo entró a la secundaria. Le gustaba jugar en la cancha y era muy alegre, cuentan sus familiares.
En algunos momentos debió quedarse con su abuela, sobre todo cuando sus padres se fueron de jornaleros. Un cinco de mayo de 2009 sus padres se fueron por primera vez a trabajar a los campos de Sinaloa con la idea de hacer su casa y comprar un carro. Ganaban 75 pesos por tarea en el corte de pepino, chile morrón y jitomate.
"Era muy poco dinero, nos arrepentíamos porque en el pueblo podíamos sembrar maíz y frijol para comer", dice su madre que opta por el anonimato de su nombre por miedo a la inseguridad.
Estuvieron siente meses en los campos. El papá de Diana pudo conseguir un trabajo donde le pagaban mil 500 pesos a la quincena, así pudieron ahorrar 15 mil pesos, pero en el camino de regreso fueron cinco mil pesos de gastos y sólo se quedaron con 10 mil pesos.
Todo este tiempo Diana y su hermana pequeña hacían crucigramas en el patio de la abuela. Quería mucho a su papá, quien también trabajó en INEGI censando y de ahí construyeron una casa sobre la carretera que va rumbo a Cuixinipa.
También trabajó de policía municipal en Atlixtac del 2011 a 2015 hasta que lo corrieron por no votar. Sin otra alternativa, en 2016 tomó la decisión de irse a Chilapa con unos amigos para entrar a trabajar de guarda espaldas del presidente municipal y la síndica de ese entonces. Faltaba un mes para el año cuando lo "levantaron". Desapareció sin dejar rastro.
Víctima constante de la violencia, la familia de Diana cobró la última quincena del padre que la recibieron el 15 de noviembre y a las ocho de la noche mientras hablaba con su hermano por el celular lo secuestraron también, sólo su grito desgarrador quedó del otro lado.
Diana dejó la escuela porque era complicado seguir estudiando con tanta desesperanza, preocupada por la escases de recursos económicos le dijo a su mamá que no podía seguir en su educación; no sólo el dolor de la desaparición de su padre sino el látigo de la pobreza se impuso en su vida. Tenía que acompañar a su madre porque empezó a enfermar cuando desapareció su esposo, recién había dado a luz y le había hecho daño ir en busca de su paradero.
Un día fueron a la comunidad de Escalerilla porque había una partera que tenía medicinas para la recaída, estuvieron cuatro días; ahí, Diana conoció a Pablo e iniciaron una comunicación. A dos horas de distancia, las palabras de Diana salían a toda prisa sin que su madre se diera cuenta. A decir verdad en varios momentos se habían visto.
Entonces fue que sin el permiso de la madre pidió prestado un carro y a las escondidas se fue con Diana. Ambos regresaron el primero de mayo a Escalerilla, pero regresarían el 8 de mayo de una fiesta de la comunidad de Huistlazala. Todo el tiempo chateaban para ponerse de acuerdo y salir a las fiestas, en una ocasión fueron al baile de Acatepec.
Se enamoraron. Contaron a sus padres que ya querían juntarse, pero Diana y Pablo ya habían platicado así que empezaron a vivir juntos un 6 de mayo de 2018 y hasta el 7 de junio fueron a pedir su mano. A sus 14 años de edad, el pasado 6 de mayo cumpliría dos años de casada en Escalerilla.
A media noche se escuchó un grito. Diana estaba sangrando, tenía dos meses de embarazo, no paraba la sangre. "Hay Dios mío no puede abortar", dijo la suegra y a pesar de que es partera no estaba en sus manos.
A las 12:30 tomaron el camino rumbo a Zapotitlán Tablas para que el doctor la revisara. Le practicó un ultrasonido para saber de su embarazo, pero sólo había sangre. Le aplicó suero y le dio medicamento para disminuir el sangrado. El doctor les dio un pase para que fueran al Hospital General de Tlapa porque no contaba con el aparato para "limpiar su matriz".
Fue trasladada a la una de la mañana sin ambulancia ni suero porque para los doctores, estaba estable y no necesitaba de esa atención.
Llegaron al Hospital General de Tlapa, entregaron el documento que les había dado el doctor de Zapotitlán Tablas con el propósito de que los atendieran, pero el trato y la actitud prepotente de los trabajadores médicos rayó en la discriminación. La esperanza de que Diana fuera atendida con ética y eficacia quedó tirada en los pasillos, al contrario, les dijeron: "porqué la mandan aquí si está lleno de pacientes, ya no hay lugar, mejor la vamos a mandar al Hospital de la Madre y el Niño. Los familiares aguantaron la regañada con el único objetivo de que los atendieran. No la atendieron porque supuestamente no tenían ginecólogo. Tampoco les facilitaron una ambulancia para el traslado al Hospital de la Madre y el Niño, llegó caminando, aún con un poco de sangrado.
La atención fue igual. "Por qué la traen aquí, ella viene caminando no está enferma", dijo el personal médico. La suegra de Diana les dijo que se regresarían pero que si le llegaba a pasar algo en el camino los hacía responsables, fue que trajeron una camilla y la metieron. Diana tenía mucho miedo.
El costo del medicamento ascendía a poco más de 2 mil pesos y los familiares solo contaban con 600 pesos, por lo que pidieron prestado.
La suegra de Diana empezó a preguntar sobre el estado en que se encontraba su nuera, "a cada rato molestaba y me decía una trabajadora qué quieres, espera afuera el doctor te indicará si entras a visitar".
En todo el día sólo les dijeron que estaba bien. Al caer la noche la desesperación de no saber nada que invadió a la suegra de Diana que intentó ingresar, pero alguien que estaba durmiendo despertó gritando que sacaran a una mujer loca, la regañaron porque había entrado sin permiso.
El miércoles llegó la mamá de Diana como a las 7:30 de la mañana al Hospital. Le comentaron como había estado la situación de su hija. Habló con los doctores que le permitieran verla, entró poco más de cinco minutos y salió con la noticia de que estaba en coma, con sus pies y manos hinchadas y con fiebre. Como a la una de la tarde volvió entrar, estuvo como dos horas, Diana tenía "tubos en la boca".
La madre con las lágrimas, le dijo: "hija échale ganas, nunca pensé si estabas tan grave. Mi hija estaba en coma. A mi hija le salían lágrimas de sus ojos, sólo le dije échales ganas mi hija ya nos vamos para Barranca Piña, movió sus labios y empezó a respirar muy fuerte".
Algo estaba pasando que los doctores no querían decir, sólo dijeron que tenía cáncer en el pulmón.
A las 4 de la tarde nos dicen que "Diana está grave y que tarde o temprano se va a morir". La mamá les dijo que por eso habían comprado mucho medicamento para que sanara. Las visitas se acabaron, sólo se les informaba. Nueva información, Diana no aguanta respirar y le vamos a meter otro tubo cerca de la garganta, dijeron los doctores.
Como a las 12 o una de la mañana del día jueves dijeron que la iban a trasladar a Chilpancingo o a Acapulco. Para las 11:00 de la mañana del jueves cuando el doctor Román les dio la última información, "su hija falleció a las 9:30 de la mañana, vete a verla en la camilla, ya está muerta". No era posible, de acuerdo con la mamá de Diana, porque entró caminando y no podía salir sin vida su hija. Imaginó que no era cierto por un momento y es que estaba sana.
Los doctores y enfermeras manejaban información diversa, confusa y sin la atención adecuada ni con pertinencia cultural.
"Cuando a mi hija la sacaron del Hospital estaba blandita y al meterla a la caja escurrió la sangre, estaba bien vendada de pies a cabeza y envuelta con una sábana. Les dije que a lo mejor le sacaron sus órganos de mi hija, pero los doctores se quedaron callados", dijo la madre de Diana.
La noticia llegó a las comunidades, los doctores habían mandado aviso a sus compañeros para localizar a sus familiares de Diana cuando ya estaban en el Hospital, evidentemente querían que otros familiares de Diana firmaran documentos para deslindarse de su responsabilidad. Algo debió haber salido mal.
Salieron a las 2:00 de la tarde de Tlapa y llegaron a las 7:00 de la noche a Barranca Pina, donde yace el cuerpo de Diana, en el panteón principal del pueblo. Llegó donde nació, donde quedó su ombligo.
La tierra se tiñó de rojo como símbolo de la injusticia institucional por violencia obstétrica y una impunidad rampante que merodea en los hospitales de la muerte. No es el primer caso pues el Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan acompaña 6 situaciones más de muerte materna.
No hay comentarios