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Cristina Bautista Salvador: Hacer visible a Benjamín Ascencio


Por Marco Antonio Mönge Arévalo

La mamá de Benjamín Ascencio Bautista, alumno de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, ha vivido durante casi siete años "la tortura" de no tener a su hijo. De buscarlo.

Cristina Bautista Salvador, nativa de Alpuyecancingo de las Montañas, municipio #Ahuacuotzingo,  Guerrero, espera a su primogénito, alejada de sus otras dos hijas y de su nieta. Desde la desaparición de Benjamín [el 26 de septiembre de 2014], se fue a vivir cerca de la Normal de Ayotzinapa, en Tixtla de Guerrero.

Hace años emigró a Estados Unidos para trabajar. El dinero que juntó le permitió construir una casa de dos plantas en Alpuyecancingo. Mismo hogar en el que su hija Mariani le tomó un retrato con Benjamín y su abuela, en 2013.

El día en que recreé la misma fotografía [ya sin Benjamín, en mayo de 2021] la señora estaba impecablemente vestida. No se derrumbó cuando su hija Mairani narró las frenéticas andanzas de tres hermanos desarrollando una fiesta sorpresa para su madre. Era el cumpleaños de doña Cristi [como la conoce el colectivo de padres que busca a los otros 42 normalistas de Ayotzinapa].

En 2013, la interacción de la familia de Benjamín moldeó el rumbo y la forma que tendrían sus fotografías de ese día. Las decisiones de los hijos de doña Cristi tendrían un impacto directo en las fotos que registraron como recuerdo familiar.

Todo comenzó cuando Laura, Mairani y Benjamín decidieron hacerle una fiesta sorpresa a su madre. Pidieron a su tía Moni que les hiciera tortillas para la comida en su casa, y así doña Cristi no sospechara de su festejo.

Los tres hermanos le pidieron a su tío que se llevara a su hermana [doña Cristi] para que no observara cuando limpiaban su casa. Que la detuviera cuando menos "una hora". Benjamín tenía entonces 18 años de edad.

Luego de 15 días de trabajo en el Consejo Nacional de Fomento Educativo [Conafe] y en una sucursal de la telefónica Telcel, Benjamín y Mairani [respectivamente], juntaron el dinero de su sueldo para poder comprar una prenda de vestir y obsequiársela a su madre.

"Nos sentíamos poderosos con nuestras primeras quincenas. No era mucho. Yo trabajaba en una sucursal de Telcel, y Benjamín en el Conafe. Juntamos nuestras quincenas y le regalamos a mi mamá la ropa que estrenó ese día", recuerda Mairani.

Cuando llegó doña Cristi, sus hijos le gritaron:
— ¡Sorpresa!
Luego, le regalaron su ropa nueva.

Mariani tomó la instantánea, pero a Benjamín no le dio tiempo de alzar el rostro. Ahí estaba Benjamín, perfectamente inmóvil, al lado de doña Cristi, como un pilar de la familia compuesta por cuatro mujeres y él, como el varón de la casa.

"Desde pequeños, siempre nos ha gustado tomarnos fotos. Cuando mi madre trabajaba en Estados Unidos nos mandó una cámara para grabar videos. Nos gustaba capturar todos los momentos que vivíamos. Nos gastábamos una cámara y un rollo cada que salíamos. Siempre", recuerda melancólicamente, Mairani mientras repite la palabra "siempre".

Pero ese ánimo dejó de serlo con la ausencia de Benjamín y la llegada de la tecnología a sus vidas: "Dejamos de tomar fotos después de que llegaron los teléfonos inteligentes. Casi no tenemos fotos en familia", se lamentó, Mariani, mientras sus manos jugueteaban con su celular.

A ocho años de distancia de aquella fotografía familiar, y a casi siete de la desaparición de su hijo, del hermano, del tío… Pese al dolor en sus rostros de la familia Ascencio, pese a lo difícil que debe ser retornar al pasado en esa circunstancia, me permitieron recrear esa fotografía que [paradójicamente] intenta hacer visible a Benjamín.

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