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Susana, esbozo de un feminicidio





Por:  Verónica Castrejón Román

Fotografía: Verónica Castrejón Román



A Susana la mataron en su casa. La encontraron con la boca abierta y un grito congelado en la garganta. De sus ojos no dijeron nada.

Los periódicos a veces dan la noticia a  cuentagotas, a retazos; pedazos de verdad y de mentira. Por ejemplo: Dijeron que Susana era una mujer... y eso no es verdad. Susana era una cosa.

¿Y cómo no, si ella misma decía que no sentía? Por  eso era capaz de subir con uno y bajar con otro, a la unadosotresdelamañana.

Dijeron también que murió de tres puñaladas en el corazón. ¿Pero cuál? ¡si no tenía!, si desde que era niña se lo arrebataron. La primera, su madre quien la entregó a los brazos del padrastro; la segunda, el padrastro quien la entregó a los brazos del compadre, y la tercera, el compadre, quien la perdió jugando en una apuesta.
 
Ya desde ahí, Susana nunca más, jamás, volvió a ser Susana.

Le gustaba caminar en solitario, cruzar las calles, asomarse a los balcones, y cuando el sol comenzaba su caída, Susana, la amiga de los perros callejeros empezaba a callejear, a hacer dinero, a mirar con esos ojos sin color de los que nada dijeron en los diarios.

Yo nomás digo que a ella la mataron en su casa, aunque ustedes digan que no es cierto.
No fue fácil su vida y tampoco fácilmente le llegó la muerte. Cinco veces lo intentó, unadostrescuatrocinco: gas, pastillas, veneno, clarasol, navajas; sólo logró volverse silenciosa; pero cuando se animaba a hablar, Susana decía cosas que te dejaban quieto: "La vida es una cadena amarrada en el pescuezo". Yo me lo repetía unadostrescuatroveces: "La vida es una cadena amarrada en el pescuezo, la vida es una cadena amarrada en el pescuezo, la vida es una cadena amarrada en el pescuezo, la vida es una cadena amarrada en el pescuezo".

..."Tu boca sabe a amaranto y a nuez y a piña colada", "la luna es un mar de sal con filos de concha-nácar"...

Hoy me pregunto, ¿de dónde sacaba esas frases?, ¿las usaba igual con todos? Y luego sus carcajadas... "son mis sonrisas mojadas". No, si yo me pregunto, de dónde era que las sacaba.

Esa noche la luna era una gota y el cielo un ropón negro que tronaba con retumbos y susurros. Era esa hora en la que la ciudad se va quedando desnuda y sosegada;  en las calles no queda más que el eco repetido y lejano de motores y los basureros se desparraman bajo la luz de luceros que en la distancia se funden.

El cigarro de Susana chisporroteaba. De acuerdo con nuestros planes,  el amigo la llevaba bien sujeta por la espalda. Yo nada más los miré. Luego, hice la contraseña y con un silbido en la boca agarré camino al entronque, tal como habíamos quedado.

Hay noches que son muy frías, justo como aquella noche.

Habíamos estado discutiendo por lo de las frasecitas ésas. "Tú siempre andas pensando que yo ando por ahí" --me dijo con una voz como la que usan las mujeres cuando ocultan algo.

Y luego se me quedó mirando. ¿Ya les hablé de sus ojos? Era peor que si me hablara... vacíos, lejanos, estáticos, de color indefinido ... vagos.

'Ora que lo recuerdo, en una ocasión hablamos de su andanza por la calle y de cómo nos conocimos. Ella estaba ahí, tirada. El "Raspas" la abandonó cuando supo que estaba embarazada. Los golpes que le atizó antes de su partida acabaron con el hijo.

Pero 'ora que estoy pensando, creo tuvo razón el "Raspas". La Susana es la Susana. Una piedra que no siente, una cosa, como dije.

Desde lejos yo miré las puñaladas. Unadostres, nerviosas, furiosas, afiladas. Y a lo lejos también, vi su mirada. Transparente, desleída, opaca. Y ese grito atorado en su garganta.

La calle serpenteaba, el basurero era el mismo o casi el mismo de todas y cada una de nuestras madrugadas. La luna era una gota, la noche un ropón negro, la ciudad desnuda poco a poco se iba quedando callada.

Ya ven por qué lo digo: Sí, a Susana la mataron en su casa.

II

ÉL

Creció a punta de gritos y trancazos. "Pa'que se haga hombre", vociferaba el carnicero aquel que era su padre. Su madre, era sólo la sombra de su madre.

De los cinco hijos, tres fueron mujeres y dos, "machitos"; ambos siguieron la tradición del oficio de los hombres de su casa: La matanza de puercos y de reses. Las hermanas eran responsables del aseo de la casa y de planchar y lavar; de sacar de sus ropas toda aquella mezcla de sangre y lodo, y ¡pobres de ellas si no se limpiaba bien!

Su niñez transcurrió entre las infidelidades de su padre y los pleitos que su madre iniciaba y terminaban siempre igual: golpes a todos y por todos lados. Ahí no había distingos, "¡Pa'que no haya ni sentidos ni burlones!" –mascullaba el  hombrón cayéndose de borracho.

Después de la golpiza, su madre se quedaba callada días, semanas enteras, con el miedo brincándole en los ojos secos, mientras en sus hermanas crecían las ansias de irse lejos, adónde fuera y con quién fuera; pero lejos, lejos. Lejos de las manos del hermano mayor que se sentía con todo el derecho de manosearlas y golpearlas. Fuera del alcance del hermano menor quien también se sentía con derecho de robarles  y maltratarlas si llegaba de mal humor.

"¡Pinches viejas!, sólo son buenas pa'eso –chilló el gañán cada vez que una a una, sus hijas se fueron con el primero que ofreció llevarlas a donde ni el recuerdo de su casa las alcanzara.

"Miren hijos –tronaba: Las viejas sólo son viejas. Vale más una vaca, porque ésa, por lo menos, nos da de comer; pero las viejas, las pinches  viejas, no son buenas ni pa'maldita cosa. Y pobre del hombre que se engríe  con una, porque ya se fregó; a la mujer, como dice el dicho, ni todo el amor, ni todo el dinero; y si se puede nada, pues mejor".

"Les das de comer, las vistes y así es como te pagan, largándose de putas. Vean a su pobre madre, cómo es que la dejaron sola, ¡ingratas! Y todo por un cabrón. Pero, ¡ay dónde las encuentre! Dos manos y dos pies no me van a alcanzar para cobrarme" –chillaba y gritaba cada que el alcohol se le iba de la garganta  a la cabeza.

Así fue como creció: De la matanza en el rastro, al partido de fútbol en la cancha a  la vuelta de su casa. Del partido de fútbol a la esquina obscura con las chavas y de ahí al cuarto de hotel, en donde aprendió que una mujer es igual a la otra, y a la otra y a la otra también. Y después, del cuarto de hotel,  a rumiar la indiferencia de los golpes de su padre sobre su madre, como algo cotidiano, algo que se vive  día con día.

 Dejó la escuela porque lo que necesitaba aprender no estaba entre esas cuatro bardas, sino allá, en el rastro, en la matanza, en donde le enseñaron  a  reconocer el punto en el que el animal soporta menos el filo del metal. En donde lo importante eran los puños y la fuerza; la sangre fría pa' mirar cómo otra sangre se lleva a borbotones lo que queda de vida, y los oídos sordos p'al lastimoso mugido que trae consigo  la muerte.

Luego, cuando el paso de los años le quitó el interés por el  fútbol,  se juntó con Rosalía y se puso a vivir con la Rosario. Ninguna de las dos aguantó vara, "la que quiera azul celeste que le cueste" --se reía en la esquina cuando alardeaba con los amigos, tragando buches de ron y tequila con cerveza.

Después le llevó los hijos a su madre, "porque ninguna de mis  viejas sabe lo que es criar machitos, y no sea la de malas que me vayan a echar la sal" –justificaba entre carcajadas.

En esas circunstancias conoció a Susana. Justo cuando el  "Raspas" la desgreñó y a patada limpia le provocó el aborto.

Primero la defendió y se fue con ella. Conoció su guarida y se hizo su confidente. La iba a ver todos los días. Ella fue quien le enseñó a escuchar el viento en las calles solitarias, a disfrutar del frío atizando el fuego de un cigarro, y a jugar a distinguir sus sombras. La cuidaba cuando trabajaba, y si se tardaba mucho en salir de los cuartuchos, empezaba a hacer ruido pa' que se apurara.

Eso fue lo que  ya no le gustó; esa necesidad de estar con ella. Esa sed de saber en dónde estaba cada que no la tenía cerca. La inquietud que sus ojos   provocaban porque era imposible arrancarles nada. El saber que era capaz de subir con uno y bajar con otro, de la misma forma que entraba y salía con él.

"Pinches viejas, no sienten nada" –le atenazaba el pensamiento el corazón, y una idea se le iba quedando fija en la cabeza: Susana-cosa.

"Susana-mía"—rezaba al empezar el día.

 "Susana-de nadie más"—rezaba al agotarse el sol.

"Susana-Susana" –repetía.

"Mi-Susana"—Confirmaba en su interior.

A Susana le gustaba callejear, caminar en solitario, cruzar las calles, asomarse a los balcones, mirar las puestas de sol, mojarse con la llovizna, acariciar a los perros y decir aquellas cosas: "La vida que dan tus ojos me la arrebata tu boca", "un deseo es la oración del que no recibe nada".

"Tú piensas que ando por ahí" —Le dijo con su voz ronca una tarde en la que hicieron el amor despacio. Fue entonces que  prendió una mecha que no había empezado arder.

"Por ahí... por ahí" –resonaba esa frase en su mente  como un río a través de los guijarros. ¿Cómo saberlo?, o más bien, ¿cómo probarlo?, si en su misma cara le demostraba que no tenía corazón: "No siento nada; cuando están conmigo  ni los miro. Sólo pienso, y es cuando caigo en cuenta que la vida es una cadena amarrada en el pescuezo".
"La vida es una cadena amarrada en el pescuezo", unadostrescuatroveces; "La vida es una cadena amarrada en el pescuezo, la vida es una cadena amarrada en el pescuezo, la vida es una cadena amarrada en el pescuezo, la vida es una cadena amarrada en el pescuezo".

Por eso lo decidió; por eso se tomó el derecho. Porque un hombre cuando es muy hombre, no se engríe con las mujeres. Lo fraguó todo: La noche, la esquina, el basurero, el entronque, unsilbidounacontraseña... y al final, la convicción:  "Si no es pa' mí, pues pa' dios!", lo envalentonaron los celos: una raya le partió  en dos la frente cuando hizo el contacto y determinó la forma, la fecha, el lugar y la hora.

Ya todo había pasado. La mancha roja en el vestido azul de Susana; sus ojos huecos, sus manos blancas sobre el grito que se quedó aterido en su garganta; su pelo liso revuelto por el aire. Susana.

Más tarde, en el pedazo de calle que une el barrio viejo con la ciudad, dos sombras masculinas se agrandan y se achican a la luz del destello de un  fanal. La luna es una gota, y la noche un ropón negro que se agita. Uno de ellos saca de entre su ropa la cartera y con las puntas del índice y el pulgar extiende unodostrescuatrobilletes. Sondosmilpesos rugosos y mojados por el chipi-chipi latoso y picosito de la lluvia que empieza.

El otro los recibe, escupe lo que queda del cigarro y con voz pastosa y  temblorosa por el frío  susurra casi dentro del oído: "Sonó como una cosa"... "cayó como una cosa", pensó él.
Susana-cosa

Susana-mía


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