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Martina: transgredir a las mujeres indígenas





Por Verónica Castrejón Román


Martina lo sabía. Por intuición tal vez; por ser mujer... sólo por eso: a los trece años, una niña a la que se le empiezan a reventar los pechos corre mil riesgos.

El día que su madre la mandó al río pa' que pastaran los chivos tuvo el presentimiento. Será porque es mujer...tal vez por eso.

Lo cierto es que en cuanto se vio sola le salieron al encuentro. Eran dos ¿o tres? Duele el recuerdo. Cerró los ojos, apretados, apretados cuando le cayeron como avispas en la boca y en el cuerpo. Sólo los volvió a abrir cuando se fueron. La dejaron como hilacha, como una cosa que tiembla y se deshace. Después se metió al agua y dejó que la corriente suave la lavara,  enjuagara el  dolor de sus heridas y apaciguara su pensamiento.

Cuando emprendió el  regreso, cubierta por la  luz apagada de la  tarde en su paso por el pueblo, los miró de reojo, ellos, hicieron como que no la vieron.

El convoy militar llegó una tarde de lluvia cuando las bugambilias encendían con su púrpura las bardas. En ese entonces hubo de todo, desde los ya llegaron estos hijos de la chingada ver qué hacen, hasta los mira pues, qué bueno eso querían los cabrones de aquí,  "Yo, desde que los vi supe que  iban a tener algo que ver conmigo. Desde que llegaron, los ojos de esos hombres se quedaban pegados en mis pechos, se escurrían hasta mis piernas y después se quedaban untados  en mi espalda. Lo juro, los sentía, igualito, lo mismo que esta piedra que se me quema hoy en la  garganta".

Cuando amarró el corral de los chivos, las culebrinas ya estaban en lo alto del cerro. No, en esa ocasión no; no quiso jugar con el viento, pasó de largo hasta el cuartito del baño y se encerró, se quedó quieta, no supo cuánto tiempo pero cuando se dio cuenta el sol era sólo una chispa mortecina, le dolía la cintura y tenía entumidos brazos y piernas.

--Martina ¿estás ahí?

"La voz de mi mamá no se parece, es como si de repente  estuviera muy pesada. ¿Qué le voy a decir? ¿se lo voy a decir? ¿y si me mata?".

La piedra empezaba a deshacerse en su garganta. "Creo que es sal" –piensa cuando las gotas se cuelan por entre las rendijas que el rictus deja en su boca--.

--Martinaaaa ¿estás ahí?

"No por favor, que no grite,  mi nombre es una aguja aguda y larga. Punzante, dolorosa, yo no soy yo, no quiero serlo ¿y si me atrevo? ¿y si se lo digo? ¿y si me mata?". –Mejor se calla.

Las gotas de sudor desde su frente se juntan con los dos hilos de lágrimas. Muerde sus labios y mantiene sus manos apretadas. "No, no que no me oiga, que no sepa lo que pasa, porque me mata".

Primero, cuando escuchó el rumor entre las hojas pensó que era Tomás, ya hacía unos días que se le hacía como el aparecido;  platicaban mientras los chivos mordisqueaban la hierba del terreno, la tarde se agotaba y la hora del regreso llegaba por entre la vereda que deja a su paso el río.

--¿Qué? ¿no se cena en esta casa ahora?
"¡Dios mío! ¿qué hago?"-- Acomoda de prisa sus cabellos--, su madre la apresura ándalepuesmuchachaquétepasa, y ella siente que tiene calentura.

Todo le hierve, las sienes le revientan, sus ojos se dilatan, tiemblan sus manos, pero por fin... se calma. Cuando sale del baño observa que la luna apenas se dibuja colgada por detrás de algunas nubes. "¿tanto tiempo pasó?... ¿qué tanto hice?" –siente náuseas... se arquea.

No, no era Tomás, eran ellos, los guachos, aún recuerda su olor amargo de cerveza, y siente... sí todavía siente... esas manos, esos cuerpos, "¿eran dos?, ¿tres?". Hay algo en el recuerdo por encima del asco y de la ofensa... hay algo, más terrible... inhumano;  pero...¿qué?...un zumbido... ¿una voz?

La pregunta a Martina le hace círculos en la cabeza, y junto con esa, otras, "¿por qué no fue ese día Tomás a su cita con el río?.. ¿y qué habría hecho? ... ¡qué bueno que no fue! lo habrían matado y a mí... de todos modos... ¡que no lo sepa nadie!...¡nadie!"

Ese zumbido es lo que le molesta, más todavía que el recuerdo doloroso de la afrenta, algo peor que el ultraje, algo...

--Martina, trae las tortillas y pones a calentar el café, tasmuyrarachacha, ¿te tragaste al fin la lengua?

"Mi mamá. Siempre me dice así,  más cuando oye que estoy cantando, ¡ya cállate la boca, cállate ya, ojalá te tragaras la lengua en una de esas".

Hoy no canta, hoy sólo piensa y aunque no quiera... recuerda. Toca su estómago, le viene de nuevo eso... la repugnancia, el asco, la sensación de no querer ser ella, el deseo de irse lejos, de llorar a gritos, de... "¿y si le cuento? ¿y si se lo digo? No, capaz de que me mata... pero yo no hice nada, yo no tuve la culpa... fueron ellos, los ¿dos?, ¿tres?"

De pronto, se abre la puerta y junto con el resplandor de la noche se cuela una voz, una voz amarga y seca, dura y resbalosa... "¡esa voz!...¡era esa voz!"

--¡Martina, dale de cenar a tu padre!

"No... si se lo digo, mi mamá me mata".



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