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Latido a tres tiempos


 


 

Por: Marisol Wences Mina / Activista y promotora cultural

 

Los siguientes textos son fragmentos de un escrito más amplio publicado en el libro “Acapulco de mi corazón”, donde varias mujeres compartimos nuestras vivencias, nuestros dolores y alegrías a partir de un trabajo colectivo coordinado por la escritora mexicana Ethel Krauze a partir de su modelo “Mujer, escribir cambia tu vida”.

Escogí estos fragmentos porque en ellos hablo de mis hermanas, mis hermanas de sangre, a quienes amo; pero además en estos textos huelo a mi madre, escucho a mis abuelas. Ellas, las ancestras, que con su sabiduría nos dieron raíces y nos enseñaron a pensarnos, a curarnos.

También hablo de mis hijos en unas breves líneas que son como una brisa del ventarrón que implica la maternidad.

Hay que escribirnos, hay que reunirnos y platicar, hay que bailar con las amigas, las hermanas, las vecinas: hagamos nuestros aquelarres en vivo o por zoom; convoquemos a las abuelas y contémonos historias.

 

Latido a tres tiempos

(Fragmento)

 

Capítulo I

Mi corazón en Acapulco está en un pequeño círculo de tela color rojo pegado con saliva en la frente de mi hermana recién nacida. En la colonia Progreso de Acapulco, la calle Sonora hace honor a su nombre con un sinfín de ruidos; pero de todos sobresale el llanto de Verónica, mi hermana de apenas dos meses de edad. Mi mamá tuvo que salir y Vero llora y tiene hipo.

Hacía tiempo que había escuchado a mi abuela María y a mi mamá Rosa Elena decir que el hipo se quitaba poniendo un hilo rojo sobre la frente de los bebés. A mis seis años busco por todas partes y no encuentro ningún carrete con hilo de ese color. ¿Cómo voy a curarla?

Entonces tomo unas tijeras, con los dedos índice y pulgar jalo un poco la tela del “payasito” rojo que traigo puesto y sin pensarlo dos veces de un tijeretazo corto un poquito de tela. Un hoyo queda en medio de mi ropa. Con cuidado me acerco a la cuna de mi hermanita, mojo el lunar rojo con mi saliva y le pongo la telita en la frente. Mi abuela y mi mamá tiene razón, para el hipo en los bebés no hay nada mejor que un hilo rojo en la frente.

 

Capítulo II

 

Mi corazón en Acapulco está junto al ventanal del departamento del primer piso en un edificio al final de la calle Saltillo de la colonia Progreso. Mientras de la cocina sale un aroma a caldo de pollo que prepara mi mamá, yo le canto unas canciones de cuna a Rosy, que a sus flamantes 10 meses era todavía Rosita. Estoy sentada en una mecedora mientras ella goza del ir y venir de la silla y me mira a los ojos. El viento cálido de las dos de la tarde entra por las ventilas y de repente Rosita cierra los ojos y yo me asusto:

- ¡Mamá! ¡La niña se privó!

Brinqué de mi asiento y sacudí a la bebé pensando que se había desmayado. No había entendido a mis 9 años que ante el calor de Acapulco todas alguna vez caemos privadas.

 

Capítulo III

Mi corazón en Acapulco está junto al lavadero en el departamento de la planta baja en el edificio al final de la calle Saltillo. Varias cosas nuevas había en mi vida: nuevo departamento (aunque fuera el mismo edificio), nuevo año escolar y un nuevo integrante de la familia.

Esa mañana papá llegó del hospital con una bolsa de ropa sucia. Pero no venía con él ni mamá ni bebé alguno. Lo miré con impaciencia esperando que me dijera qué había pasado:

-Ya nació. Tu mamá está bien

- ¿Y que fue?

-Fue niña

“¿Otra vez niña?”, pensé en ese momento, pero no dije nada. Es que ya éramos tres niñas en la familia.

-Por favor lava la bata de tu mamá, se ensució un poco.

Tomé la bolsa y fui al lavadero. No me explicaba en qué momento nos habían cambiado niño por niña: los ultrasonidos que le habían hecho a mi mamá indicaban claramente que por los huesos tan largos de la criatura seguramente sería un niño. Lo sabía porque acompañé a mi mamá a sus consultas y escuché lo que decían los médicos.

Saqué la ropa de la bolsa y vi que estaba llena de manchas verdes.

- ¿Por qué está así la ropa? –le pregunté a mi papá.

Con toda la paciencia y en un lenguaje que él consideró adecuado para una niña de 9 años, me explicó que a mi mamá tuvieron que hacerle una cesárea porque se estaba “pasando el tiempo”. Mi mamá rompió fuente en el consultorio de ginecología y el líquido salió de color verde porque la bebé ya se había hecho popó.

Regresé al lavadero muy pensativa a tallar las manchas verdes y a pedir que mi mamá y mi hermanita estuvieran bien. Kariely le llamaron y fue la cuarta hermana. 

 

Capítulo X

Mi corazón está latiendo a tres tiempos en la recámara de mis hijos. Son casi las dos de la mañana y ellos duermen tranquilos en sus camas. Sus cuerpos de adolescentes casi ya no caben de largos en sus colchones.

Los miro, los oigo respirar. Me acerco para darles un beso.

Ellos comienzan una nueva etapa de su vida escolar, yo pienso en mi presupuesto mermado por los gastos en útiles, uniformes y mochilas. Pero sonrío, porque mi corazón acapulqueño, siento, es fuerte como tres corazones juntos.

En ese momento no importan las ráfagas de balazos que a veces escuchamos a lo lejos o a veces cerca. No importan las angustias, la incertidumbre.

En mi playa personal mi corazón contempla el mar sereno.


2 comentarios:

  1. Hermosos recuerdos que llenan mi corazón,

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  2. Me encantaron tus escritos, Marisol Wences Mina

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