Principio del fin: ¡sobreviví a la esclerosis múltiple!
Amaya
Por: Guadalupe Irely Noreña Ramírez / Emprendedora e investigadora social, estudiante de doctorado
Impaciente por
saber qué es lo que la pasaba para seguir con su vida, espera en una pequeña
habitación que presumía de títulos médicos no solo del país sino también
extranjeros, también podía escucharse el respirar de una mujer que se
encontraba a un costado de Amaya y otra algo mayor sentada en los escalones del
reclinatorio.
Amaya no sabe si reír o llorar de nervios, una simple
noticia que probablemente era ya conocida, cambiaría definitivamente su vida.
El médico interrumpe en la sala disculpándose por la tardanza.
Se dispone a dar el anuncio; Amaya suda, impaciente piensa solo en lo predecible en una larga recuperación no solo física sino
también psicológica.
Recuerda en la primera vez que sintió desvanecerse,
fue en el segundo año de la universidad disfrutando de su mejor arte, la danza. Solo sintió como sus piernas se desplomaron dejándola caer en la barra de la disco
ante tanta gente, pasó solo por un accidente. Continuó con su vida “Normal”. Se
incorporó a un grupo de baile estando lejos de la familia, solo quería
mantenerse contenta y ocupada para distraerse de su sentimentalismo.
Conforme pasaban los ensayos ella se percataba que le
costaba mover con agilidad tanto brazos como piernas y cadera, solo se lo
atribuía al cansancio.
Llegándose el momento de presentarse en el escenario
contenta, pero desconcertada por lo que le sucedía, siguió adelante. Ya bailando
en un movimiento de flexionarse, se afligió por no poder levantarse mostrando
dificultad para reincorporarse, se alarmó, pero aún así terminó el baile como
pudo. Sus compañeras se dieron cuenta ya que al terminar se cayó y no pudo
levantarse, lo hizo con ayuda de sus amigas.
Una vez sentada en las escaleras del escenario
Invadida por el pánico de no poder mover sus piernas, se soltó en llanto de
miedo, se golpea las flácidas extremidades, reniega y maldice su inutilidad.
A los seis meses ya anda como si nada, viaja en busca de cosas nuevas becada por una importante institución para ser investigación. Se va y es feliz por dos meses, es una joven normal, hace deporte, baila, sale, derrocha energía por donde va, disfruta estar en casa, como en la biblioteca. Donde pueden transcurrir las horas como agua.
De regreso a su realidad sigue en esa tranquilidad a
los tres meses de su llegada siente esa debilidad, esa fatiga por el momento
solo física. A lo cual se le dificulta llegar a su aula de clase ya que se
encuentra en el segundo piso.
Para unos solo son unos cuantos escalones para Amaya
son una pirámide llegar al final de esa serpiente de concreto es un gran
triunfo para ella.
Sus compañeros al ver su notable, pero aún pequeña
dificultad para desplazarse le aconsejan que descanse y que pueda ser una
reacción psicológica por ser tan matada.
En una visita a casa sale con su madre y van caminando como si nada cuando se adelanta un poco, la mamá y Amaya queda tras de ella, la madre por instinto voltea a verla y cuando la ve en el suelo ensangrentada de una rodilla y a su lado un señor ayudándola a levantarse corre a su auxilio, Amaya solo alza la mirada y la ve con lagrimas en los ojos.
Ya a unos cuantos pasos del accidente se detienen para
comprar el boleto de regreso a la escuela. El encargado de recibir los boletos
para abordar el autobús ya conociéndola de vista se acerca y le ofrece alcohol
para la herida, ella llorando y quejándose del dolor deja que la curen.
Una vez adquirido el boleto y lista para
reincorporarse se dispone a subir el autobús que las llevará a casa y en eso se
desploman sus piernas, solo mira al chofer que no hace nada por ayudarla. Atrás
siente que unos brazos que la ayudan a pararse es mamá quien la ayuda a subir y
sentarse, Amaya con lagrimas en los ojos se aferra a la idea que aún así seguirá sus estudios y
terminará aunque sea arrastrándose, terminará sus estudios de licenciatura.
Ya en la Terminal de autobuses camina para tomar el
carro que la llevará a casa a descansar para otro día ir a la escuela, debe
caminar dos cuadras un poco en pendiente, al llegar a la parada cae como jalada
por el peso de la mochila. Un hombre se acerca para levantarla al ver que es
peso muerto pide ayuda a un joven que
juntos la acercan a la banqueta para que repose.
Una vez a salvo de los carros viéndose ahí sentada se
deja invadir por desconsuelo quiere que este alguien ahí para protegerla y
decirle que estará bien, pero no habiendo nadie para eso toma valor y saca
fuerzas para llegar a su destino.
Cuando dormía temerosa de cómo despertaría podría
moverse al otro día, así transcurrían los días, lo único que le importaba era ir
a la escuela, salía a caminar y llegaba a descansar como pudiera, iba a ver a
la familia y trataba de seguir con su vida.
Lo que la motivaba era que cada día era un triunfo
para ella llegar a la cima para entrar a la escuela, subirse al carro, llegar a
su cuarto, completa, enfrentar las miradas de la gente la veían con desconcierto
de cómo una joven no podía subirse a una banqueta o caminar con dificultad o no
ver los letreros de los carros que indican su destino y por el simple hecho de
que veía doble otro obstáculo para enfrentarse a la gran selva urbana. No tanto
le importaba lo que dijeran los demás sino como ella se sentía.
Estando fuera de casa materna era fuerte y valiente,
pero ya en ella se refugiaba en una computadora la cual no exigía mucho esfuerzo
para utilizarla, cuando le costaba teclear por la pesadez de los brazos eso no la detenía para navegar en Internet y
sentirse libre de ir a donde quisiera de manera virtual o demostrar alegría con
sus amigos cuando realmente está muerta en vida.
Amaya una joven alegre, deportista, estudiosa,
aventurera y madura; creía tener en sus hombros la responsabilidad de dos
hermanos y una madre a la cual alentar para que terminara sus estudios cuando
ella tan solo estaba en ese proceso de niña a adolescente.
Tardó 3 años para atenderse ya que todos hacían caso
omiso de lo que ella presentaba, decían que era psicológico y si ella quería
podía estar bien, tenían cierta razón, pero la enfermedad con el paso del tiempo
acrecentaba y los periodos de crisis eran más cortos entre uno y otro, hasta
que llegó hacer un dolor que traería al levantarse y al acostarse, al iniciar
el día y al terminar. Los dolores nadie más los sentía, solo ella, el peor era
cuando sentía partirse en dos una sensación de ser cortada con una espada por
la mitad.
La vida tendría cambios importantes y ella lo sabía,
eso era lo peor. Estaba consciente de todo lo que le deparaba el futuro.
Impaciente por saber qué es lo que la pausaba para
seguir con su vida espera en una pequeña habitación que presumía de títulos
médicos no solo del país sino también extranjeros, también podía escucharse el
respirar de una mujer que se encontraba a un costado de Amaya y otra algo mayor
sentada en los escalones del reclinatorio.
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