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Medicina indígena, alternativa espiritual en medio de la pandemia



En las cosmovisiones indígenas, el ser humano es concebido como un todo en el que confluyen lo físico, lo espiritual, lo social y el mundo natural, razón por la cual no hay que buscar los síntomas de la enfermedad, sino la causa del desequilibrio. Con acompañamiento gubernamental o en total soledad, recurren a sus saberes para restablecer la armonía entre el cuerpo y el espíritu.

Desde el 31 de julio de 2020, cuando se registraron 1.094 contagios de la covid-19 en un solo día, la calle Sagárnaga en el mercado de las Brujas de la ciudad boliviana de La Paz se convirtió en escenario de esperanza para las familias de los enfermos.

Ese lugar huele a romero, a eucalipto, a wira wira, a tara tara, a cola de caballo, a yareta, a lampaya y a otro sinfín de hierbas que indígenas de allí y de toda Latinoamérica utilizan como base de la medicina tradicional para mantener la salud y para prevenir, diagnosticar, tratar y curar enfermedades del cuerpo y del espíritu. Solo en Bolivia se estima que hay 3.000 especies de plantas con potencial medicinal. Por lo general, las venden las mujeres, pues, como herederas de los saberes ancestrales, son versadas en su poder curativo y preventivo, así como en los rituales relacionados con la madre tierra o Pachamama. Las ofrecen frescas, secas o en brebajes cuyos ingredientes no siempre son revelados.

En la vecina ciudad de El Alto, en la zona 16 de Julio, centro de asentamiento de los yatiris (curanderos, en lengua aymara), Lucy Marka practica la medicina tradicional para tratar enfermedades del alma que se manifiestan en el cuerpo, y se dedica a sanar el ajayu (espíritu). "Cuando algo está mal, algo pasa con los 12 ajayus con los que vivimos las personas. Cualquier cosa puede asustar al ánimo y hacer que escape; entonces, hay que regresarlo al cuerpo; lo curo y lo llamo", cuenta la indígena aymara.

Desde niña, Natalia Mamani Castro aprendió de su abuela sobre medicina tradicional. Es propietaria de una tienda herbolaria y miembro de la Asociación de Salud Integral de Médicos Tradicionales, Artesanos y Comerciantes Walata Chico Bolivia. Foto: China Martínez

En México, María Isabel Jiménez López, médica tradicional zapoteca, ha visto aumentar los pacientes que acuden a diario a su consultorio comunitario en la séptima sección de Juchitán, estado de Oaxaca. Sabedores de sus conocimientos ancestrales sobre el uso de plantas medicinales, la buscan para el tratamiento de la gripe, la tos y la fiebre. "La gente llegaba ya con el diagnóstico positivo, y otros, con secuelas; entonces, lo que hice fue recetar un kit que yo misma armé hace varios años y que incluye jarabe de morro, miel, cebolla, ajo, limón y otras hierbas, y así, por fortuna, ha funcionado bastante bien", cuenta.

La combinación de hierbas cambia en el sur de la Amazonía de Ecuador, aunque el fin es el mismo: combatir la pandemia y "matar el virus", para lo cual María Gutiérrez y otros habitantes del pueblo shuar utilizan bejuco, uña de gato, jengibre, ortiga, chuchuguaza y ayahuasca. Ella da fe de que varios miembros de su comunidad se han curado con infusiones y brebajes hechos con estos preparados.

Lo mismo ha ocurrido en Aranjuno, un cantón ubicado en el Pastaza, donde combaten la enfermedad con corteza de challua caspi, curi, llushtunda, musuwaska, ayahuasca, chuchuguaza, sacha ajo y jenjibre, todo mezclado y hervido. A su vez, los siekopais, pueblo transfronterizo entre los ríos Putumayo, Aguarico y Napo, preparan sus propias medicinas y las distribuyen entre los 723 habitantes del lado ecuatoriano y los 2.000 del lado peruano.

Pueblos indígenas y servicios hospitalarios

En el mapa se muestra la relación entre la ubicación de los terrirtorios de pueblos indígenas y la disponibilidad de centros hospitalarios. Se identifican territorios muy distantes de los centros de salud (mayores a 20 km), es decir con posibilidades más escasas de acceder a atención hospitalaria. Fuente: Segundo informe regional "Comunidades en riesgo y buenas prácticas" publicado en la Plataforma Indígena Regional frente a Covid-19.

También en el Amazonas, pero en La Chorrera, Colombia, los boras han probado con plantas amargas como el ají ahumado en sahumerio, el cilantro, el limoncillo, los huevos de unas hormigas y la albahaca. También han usado el ambil, una pasta negra que se obtiene de la cocción de las hojas de tabaco mezclándolas luego con sales vegetales alcalinas. "Todos estos experimentos los realizaron después de que los abuelos sabedores se reunieran para reflexionar y recordar cómo habían actuado antes para desterrar otros males", cuenta Clemencia Herrera Nemerayema, lideresa uitoto, fundadora de la Escuela de Formación Política para los Indígenas Amazónicos.

En Ucayali, Perú, aunque sin estudios científicos que avalen su efectividad, se ha extendido el uso del matico, planta que tiene sustancias con efectos antifúngicos e insecticidas y es recomendada para aliviar afecciones gastrointestinales y enfermedades respiratorias, debido a sus propiedades antiinflamatorias y su capacidad para reducir la tos. Desde mayo de 2020 jóvenes del pueblo shipibo-konibo crearon el Comando Matico, un centro comunitario que asiste gratuitamente a personas con síntomas del virus con infusiones y vaporizaciones a base de hierbas.

Cerca de allí, pero en la región andina ecuatoriana, Eli Durazno lleva siempre consigo un frasco con una mezcla de alcohol e infusión de eucalipto, que utiliza como barrera para el coronavirus. Para vencer la enfermedad mezcló eucalipto con un poco de licor de caña y chuquiragua (planta medicinal) y cuando le faltaba el aire, masticaba 'tipo', una especie de hierba utilizada por los indígenas para combatir el mal de altura.

Escuche el testimonio del líder Justino Piguaje.

Los indígenas siekopais envasan la bebida que preparan con plantas medicinales y en cada garrafa incluyen instrucciones de almacenamiento y consumo: mantener el producto refrigerado y tomar 10 cucharadas tibias mañana, tarde y noche antes de cada comida. Foto: Cortesía de la Confederación de Comunidades Indígenas de la Amazonía Ecuatoriana (Confeniae)

En Guatemala, Juliana Cuc Panjoj, más conocida como la Nana Juliana, curandera de la etnia kaqchikel, asocia la covid-19 con la gripe española de 1918-1920 que causó la muerte de entre 20 y 50 millones de personas en el mundo. Tiene 75 años y atribuye a sus abuelos y a sus padres su conocimiento sobre el uso de las plantas medicinales porque las usaban para sanar sus enfermedades. Durante los picos altos del contagio, la gente recurría a ella para recibir instrucciones sobre qué hacer con determinadas hierbas; como a su avanzada edad no podía desplazarse por otros lugares y debía evitar el contacto físico con los demás, el teléfono fue su medio de comunicación más importante.

Estos y otros ejemplos que se repiten en Latinoamérica dan cuenta de cómo la medicina tradicional ha sido una herramienta valiosa para que los pueblos originarios enfrenten el SARS-CoV-2 que los golpea, dada la conjunción de factores que los hacen particularmente vulnerables; entre ellos, la localización geográfica alejada de centros urbanos, con la consecuente carencia de equipos médicos especializados para la atención oportuna de los enfermos; la barrera idiomática que impide la comunicación entre los pacientes y el personal sanitario convencional y, por ende, mina la confianza, y la precariedad en la prestación de servicios públicos, sobre todo el acceso al agua, tan necesesaria para prevenir el contagio.

En México, por ejemplo, en las localidades rurales, el 21 por ciento de los hablantes de alguna lengua indígena carecen de agua, frente al 16,8 por ciento de los que no hablan estas lenguas, según la Unesco. Más grave aún es la situación de Panamá: entre 12 países es el de mayor inequidad, pues el 36,4 por ciento de los indígenas no tienen acceso seguro al agua en sus viviendas, en contraste con el 4 por ciento de los no indígenas, según menciona el primer informe regional "Los pueblos indígenas ante la pandemia del covid-19", publicado por el Fondo para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de América Latina y el Caribe (Filac) y el Fondo Indígena Abya Yala (Fiay).

"Pese a que la vulnerabilidad de las poblaciones rurales es mayor si consideramos el acceso a servicios de agua potable de calidad, lo cierto es que, en términos absolutos, la cantidad de personas sin acceso a instalaciones en sus viviendas para el lavado de manos en ciudades es alarmante: más de 9 millones de personas en Colombia, casi 5 millones en Bolivia y al menos 2 millones de personas en México" según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe.

Cobertura de agua potable entre poblaciones indígenas y no indígenas

Fuente: Cepal, 2020, con base en datos de censos de población y vivienda de la década del 2010. Tomado del segundo informe regional "Comunidades en riesgo y buenas prácticas", publicado en la Plataforma Indígena Regional frente a Covid-19

Erendia Juanita Cano Contreras, etnobióloga mexicana y cuyo campo de estudio se basa en Guatemala, explica que el virus ha sido un reto para los médicos tradicionales, debido a la sintomatología y los aspectos espirituales y emocionales que acarrea consigo la covid-19: "No es una enfermedad que se encuentre en el imaginario ni con una historia de tratamiento". En Guatemala, la utilización del jengibre y la hierba santa ha sido parte de los preparados medicinales, con distintas concentraciones y combinaciones con mieles de abejas nativas de la región.

El virus tiene espíritu

Para los indígenas, la medicina tradicional no es, ni mucho menos, brujería, superchería o superstición —como a veces la califica la visión occidental— y tiene que entenderse desde sus cosmovisiones, en las que el ser humano es concebido como un todo en el que confluyen lo físico, lo espiritual, lo social y el mundo natural. Cuando se rompe el equilibrio entre esas dimensiones se ocasionan las enfermedades, por lo que la raíz hay que buscarla en el estilo de vida del paciente, en lo que rompe la armonía entre el cuerpo y su entorno, y no en sus síntomas.

Esa concepción holística del ser humano y el afán por restablecer el equilirio les da sustento a los rituales que acompañan el consumo de los preparados con las hierbas medicinales. En una entrevista de la agencia Anadolu publicada por el diario colombiano El Espectador el 1 de junio de 2020, Yidid Ramos, de la etnia kankuama, que habita en la Sierra Nevada de Santa Marta en la región Caribe de Colombia, aclara que para los indígenas la salud es integral, razón por la cual para enfrentar el coronavirus ejecutan cuatro tipos de acciones: el control territorial; la armonización espiritual y los pagamentos a los sitios sagrados; el uso de plantas propias y la autonomía y soberanía alimentaria para restablecer el equilibrio del cuerpo; y los tratamientos con medicina tradicional. Precisa que antes de hacer uso de estas medicinas, se debe pagar a la madre tierra y pedir permiso para enfrentarse al coronavirus y así conseguir la sanación de los pacientes.

Algo similar ocurre entre las comunidades mapuches en Chile, cuyos integrantes llevan a cabo rituales de sanación para enderezar la mala relación entre las especies que habitamos la casa grande que es el planeta y que se manifiesta en violaciones de espacios sagrados como el mar, las montañas y los ríos. Mientras que en la comunidad de Izalco, en El Salvador, las mujeres efectúan ceremonias espirituales con hierbas medicinales para pedirles protección a las montañas, el viento, el fuego y el agua, los cuatro elementos sagrados de su cultura.

"La medicina está en la esencia misma de la naturaleza, hay que proteger a la Pachamama; ahí está nuestra farmacia. Nosotras somos las guardianas, guerreras de la selva".

Testimonio de la Asociación de Mujeres Parteras Kichwas del Napo (Amupakin), Ecuador, tomado del tercer informe regional "Buenas prácticas de los pueblos indígenas ante la pandemia. Comunidades resilientes", publicado en la Plataforma Regional Indígena frente a Covid-19.

El antropólogo boliviano Pedro Pachaguaya, coautor del documento "Una cuarentena individual para una sociedad colectiva, la llegada y despacho del khapaj niño coronavirus a Bolivia", explica que la espiritualidad desde la cosmovisión indígena está presente en la vida colectiva e individual. En algunos pueblos de tierras altas consideran la pandemia como ñanqha, que en lengua aymara significa enfermedad muy fuerte que maltrata la vida y destruye. Otros pueblos como el Tapacarí Cóndor Apacheta, un conjunto de comunidades o marka en el departamento de Oruro, describen el virus como la mezcla del fenómeno climático de El Niño y la palabra aymara khapaj, que quiere decir que tiene poder como el rey de España, un concepto relacionado con el pasado colonial en esos territorios.

Con rogativas acompañadas de incienso y hojas de coca, los comunarios piden que el virus se vaya. Foto: Cejis - navegador indígena en Facebook

"La enfermedad de afuera que ingresó a sus territorios tiene también un sentido del pasado, como el recuerdo de la época colonial de invasión y muerte", concluye el antropólogo.

Así ha ocurrido con el Khari Khari, mítico personaje que encarna todos los males en un ser, forjado en el imaginario indígena andino desde tiempos coloniales y que se ha ido metamorfoseando. "En la Colonia, era un cura blanco; siempre hay una desconfianza y el indígena no confía en el blanco y sabe que lo va a engañar. Con el coronavirus el concepto se transportó a los médicos y mucha gente desconfía de ellos", explica el antropólogo Édgar Arandia, al adentrarse en una de las posibles razones por las cuales la gente en general, no solo los indígenas, recurre a la farmacopea tradicional para combatir el virus.

Dado lo inesperado de la pandemia y pese a la claridad en sus cosmovisiones, los pueblos originarios aún no encuentran en sus lenguas una palabra o definición exacta para describir el virus ni hay consensos sobre lo que significa, pero todos lo tratan con temor y respeto.

"En la prueba salí positiva para covid y el dolor de cuerpo era insoportable, los hospitales estaban llenos y en las farmacias no había ibuprofeno ni aspirina; tuve que tomar la medicina para Khari Khari y así mejoré un poco", cuenta Glenda Balboa, una auditora boliviana, dueña de una empresa de construcción.

El Khari Khari es un ser maligno que absorbe la energía de las personas hasta quitarles la vida: "La covid-19 es Khari Khari cambiado… Se ha disfrazado y quiere llevarse a todos", explica Asunta Quispe, indígena perteneciente a la tercera generación de una familia dedicada a la venta de hierbas y brebajes medicinales en La Paz.

En la calle Sagárnaga, también conocida como de las Brujas, en La Paz, varias tiendas de medicina natural ofrecen el preparado de Khari Khari para curar la covid-19. Foto: China Martínez

La cuna del preparado contra el Khari Khari es Huarina, distante 70 kilómetros de La Paz, donde, según cuenta Edgar Morales Mamani, comunario del lugar y miembro de la junta cultural del pueblo, "nadie sabe la receta del remedio con exactitud, es un secreto que solo tienen los que lo hacen, pero es efectivo. Yo lo tomé". En contraste, David Cordero Limachide, vendedor en un puesto de herbolaria en la zona 16 de Julio en la ciudad de El Alto, dice conocer los ingredientes de este líquido que "parece vino": la preparación tiene cordón umbilical, sangre de perro, placenta humana, plantas como mulle y mica y grasa de zorrillo. "La medicina Khari Khari se ha usado bien y no tiene efectos secundarios", asegura.

Como es apenas obvio, durante la cuarentena obligatoria en Bolivia, entre el 22 de marzo y el 10 de mayo de 2020, la alta demanda de la bebida ocasionó el alza del precio; cada botella que antes costaba alrededor de 4 dólares subió a 25 y 30 dólares. Incluso, el producto escaseó y en las páginas de compraventa de Facebook, las personas preguntaban dónde podían conseguirlo. Maritza Patzi, directora de Medicina Tradicional, dependiente del Ministerio de Salud, cuenta que la familia de una enferma del virus llegó a pagar cerca de 230 dólares por un litro del preparado. "Existen diferentes modos de tratar al paciente; algunos médicos tradicionales, como en este caso, preparan la bebida exclusivamente para el enfermo en cuestión y es el médico curandero quien debe administrársela en persona", explica. Este comportamiento, además, dejó en evidencia que las clases sociales desaparecen cuando la muerte se asoma a la puerta, pues esta familia fue a buscar al curandero hasta su comunidad para llevarlo hasta su casa, ubicada en un exclusivo barrio residencial de La Paz.

El preparado contra el Khari Khari es envasado en botellas de vidrio y la composición de su contenido es un secreto guardado durante siglos. Foto: China MartínezDurante el último año el preparado contra el Khari Khari se ha vuelto muy popular; los precios varían según el lugar de compra. Foto: China MartínezHierbas medicinales son utilizadas como infusiones para fortalecer el sistema inmunológico, reducir el malestar durante la enfermedad y ayudar a regenerar el cuerpo luego de superar el virus.

La comparación encaja en una de las muchas maneras en que los pueblos indígenas de Latinoamérica y el Caribe entienden la pandemia y la enfermedad. Así, por ejemplo, en la marka Quila Quila de Chuquisaca, Bolivia, la pandemia es concebida como un visitante que se debe recibir con agrado y alegría para no provocar enojo. En contraste, también en Bolivia, un día de abril de 2020, las autoridades indígenas vecinas de los seis ayllus (grupos familiares, en quechua) de la marka Tapacarí Cóndor hicieron un acto ritual antes de la salida del sol para pedir perdón a la Pachamama y así despachar al visitante con música y comida para que saliera de su territorio sin causar daño a sus habitantes. Y en Tencua, Venezuela, atribuyen el que nadie hubiera fallecido en agosto, cuando llegó el virus, a que la nariz de Wanadi, creador del pueblo yekuana, está en uno de los cerros y purificó el aire.

Mientras tanto, en la Amazonía ecuatoriana los ancianos de la nacionalidad achauar la bautizaron yajasmau sunkur (enfermedad exterminante) y en la aldea Ipatse, de la comunidad indígena del Xingú en la Amazonía brasileña, los kuikuros creen que cuando el cuerpo enferma, el espíritu también manifiesta una dolencia, por lo que se mantienen dentro de sus casas para protegerlo del mundo exterior. Con esa cosmovisión y también debido al desborde y a la lejanía de los centros hospitalarios, tomaron sus propias medidas de salubridad para enfrentar el virus. Con un presupuesto de 38.000 dólares provenientes de donaciones, construyeron una pequeña posta médica para aislar a los enfermos. Además, contrataron los servicios de un médico y una enfermera, compraron cilindros de oxígeno, camas y medicamentos.

En Colombia, algunos pueblos indígenas han decidido no ponerle nombre porque, si lo hacen, podrían atraer al virus.

La puerta de entrada para la covid-19

Aislarse fue la primera medida que tomaron muchos pueblos cuando comenzó la pandemia, pero como el encierro no podía ser total porque su subsistencia depende del comercio de productos agrícolas y pecuarios, medicina ancestral y artesanías, dejaron abierta la puerta para el ingreso del virus. Sin importar la distancia, encontró el camino hasta lugares remotos.

Así sucedió en el Chapare, zona productora de hoja de coca y bastión político del expresidente boliviano Evo Morales, donde viven los yuquis, un pueblo en peligro de extinción. Según la cacique Carmen Isatagüe, la enfermedad ingresó a su territorio en mayo de 2020, luego de que los pobladores fueron a cobrar el bono contra el hambre, una ayuda económica gubernamental de una sola entrega consistente en unos 72 dólares por persona. Al regresar, se reportaron los primeros casos de contagios que también incluían al médico y a la enfermera de la posta médica.

La enfermedad llegó para agravar la situación de los 395 individuos que conforman esta nación y que luchan por sobrevivir a la incursión de los colonos que invaden sus tierras, las plantaciones ilegales de coca, la presencia del narcotráfico y una enfermedad persistente desde hace varios años, la tuberculosis, que se ha llevado la vida de los ancianos. "Solo jóvenes quedamos aquí, tenemos pocos abuelos por la enfermedad de los pulmones, pero sabemos cómo usar las hierbas y lo que nos da la naturaleza, por eso hemos sobrevivido al coronavirus con té de hierbas del bosque", dice una habitante yuqui, madre de 2 niños pequeños.

La llegada del coronavirus les significó la pérdida de su autonomía económica porque tuvieron que mantenerse lejos de los principales centros de abasto donde comercian sus artesanías. "Gracias a Dios nadie ha muerto por covid, solo nos hemos enfermado", contó en diciembre de 2020 la cacique Carmen Isatagüe.

Igual que en Bolivia, en los demás países hay pueblos en peligro de extinción donde la llegada de la pandemia puede ser especialmente catastrófica. Datos compartidos en la Plataforma Indígena Regional frente a Covid-19 indican que a comienzos de mayo de 2020, se estimaba que unos 462 pueblos tenían menos de 3.000 habitantes y que cerca de 200 de ellos estaban en aislamiento voluntario y en condiciones de extrema dificultad. En Colombia, por ejemplo, en los primeros cuatro meses ya se habían afectado integrantes de algunos de los 10 pueblos con menos de 500 personas, según el artículo "La cara étnica de la pandemia en Colombia", publicado en la Nota Macroeconómica n.o 24 por la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes. El documento destaca que estos pueblos son considerados en riesgo de extinción física y cultural por la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC) y concluye: "En consecuencia, una mortalidad masiva podría condenarlos fácilmente a la desaparición como pueblos".

Vea el video en que Carmen Isatagüe, cacique de la comunidad yuqui en Bolivia, cuenta cómo ingresó la enfermedad a su territorio y qué hicieron para curarse. Video: Álvaro Lopez Molina y Susana López

Frente a esta situación, algunos no se han quedado de brazos cruzados: por ejemplo, los siekopais (frontera Ecuador-Perú) empezaron a internar a sus mayores en la selva para protegerlos apenas se produjeron los primeros contagios.

Otra comunidad a la que el virus le llegó vía comercio fue la mapuche en Chile; lo portaron sus propios habitantes, debido principalmente al constante tránsito hacia las zonas urbanas para la venta de sus productos agrícolas y para controles médicos. Más al norte, en Atacama, el Consejo de Pueblos Atacameños pidió suspender las actividades de la empresa de minería que opera en el lugar, por temor a que los trabajadores que viven en áreas urbanas contagien a los indígenas. El mismo panorama se vio en El Peine, cuando el poblado decidió cerrar sus puertas y obligó a las compañías mineras a desalojar su territorio ante el miedo por el ingreso del virus.

La posibilidad de que mano de obra externa porte el virus se repite en otros países y ha afectado incluso el trabajo de los indígenas. Así ocurrió cuando se prohibió el paso de los panameños de la comarca Ngöbe-Buglé hacia Costa Rica por el cierre de la frontera y los productores de café se quedaron sin recolectores. En agosto de 2020, autoridades de ambos países habían llegado a un acuerdo para facilitar el tránsito, previo cumplimiento de medidas de bioseguridad.

Otros pueblos han sido golpeados con mayor dureza, pues, apenas se levantaban de otras afectaciones, les llegó el coronavirus. Entre ellos están los de la Amazonía brasileña que no solo han sufrido el rigor de la pandemia desde 2020, sino que tampoco olvidarán el 2019 cuando, ante la mirada despectiva del Gobierno de Jair Bolsonaro, el fuego que devoró la foresta y la vida animal arrasó con 2,5 millones de hectáreas, equivalentes a 4,2 millones de campos de fútbol, según datos de la organización medioambientalista Greenpeace.

Un año después, en plena recuperación forestal del denominado pulmón del mundo, hábitat de los pueblos originarios, el virus alteró su cotidianidad. Hasta el 5 de octubre de 2020, la Asociación de Pueblos Indígenas de Brasil (APIB) y la Coordinación de Organizaciones Indígenas de la Amazonía Brasileña (Coiab) contabilizaron 34.608 contagios y 836 fallecidos. Una de las víctimas más notorias fue el cacique Aritana Yawalapiti, líder de Alto Xingú en Matto Grosso, que murió a los 71 años. El hombre presentaba un cuadro de hipertensión que se vio agravado cuando contrajo el nuevo coronavirus. La ambulancia tardó 10 horas en trasladarlo hasta el centro hospitalario más cercano, el hospital San Francisco de Asís de Goiânia. Antes de enfermar, se dedicó a una campaña de recolección de fondos para llevar medicinas y atención médica a los asentamientos alejados de su región.

El 13 de febrero de 2021, a causa de las secuelas del coronavirus, también falleció Luis Fernando Arias, indígena kankuamo, consejero mayor de la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC). Fue un destacado líder de las luchas de los pueblos originarios y tuvo activa participación para que se incluyera un capítulo étnico en el acuerdo de paz entre el gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), suscrito en 2016.

El inequitativo sistema de salud

El mismo desprecio que mostró en marzo el presidente Jair Bolsonaro cuando utilizó la palabra "gripecita" para referirse al virus lo ha mantenido su Gobierno para atender a los pueblos indígenas durante la crisis sanitaria.

Según datos del informe "El panorama de la salud: Latinoamérica y el Caribe 2020", del Banco Mundial, el gasto per cápita en salud de Brasil es de 1.280 dólares americanos, una cifra que no se tradujo en atención sanitaria para los integrantes de los pueblos indígenas. Incluso el Gobierno se negó a cumplir con lo ordenado por los 11 magistrados del Supremo Tribunal Federal (STF) en una medida cautelar para la protección de las poblaciones indígenas, que incluía, entre otros requerimientos, acercar los servicios médicos a todos los rincones del país, proporcionar acceso al agua potable, distribuir artículos de higiene y desinfección, disponer de camas en las unidades de cuidados intensivos (UCI) y adquirir respiradores. El argumento para vetar 14 de esas disposiciones fue que sería inconstitucional la erogación de gastos obligatorios y que no quedaría demostrado el impacto presupuestario y financiero para el país. Como reacción, la APIB denunció que se estaría llevando a cabo un genocidio, por la muerte de más de 600 indígenas, registrada durante el primer semestre, y más de 22.000 contagiados.

"La gente tiene que caminar entre 6 y 7 horas para llegar al Hospital de San Félix, pero cuando al final llegan se encuentran con que no hay personal médico, insumos ni materiales suficientes. Ante esta situación las autoridades indígenas y oficiales han tenido que habilitar colegios y escuelas como albergues para que las personas que han dado positivo reciban tratamiento y hagan la cuarentena. En la comunidad de Chiriquí Grande, en las afueras de la comarca, las autoridades contrataron hoteles, pero los vecinos —no indígenas— se opusieron a la atención de indígenas por miedo a ser contagiados"

Ricardo Miranda, de la Red de Jóvenes de la Comarca Ngöbe-Buglé, en Panamá, página 41 del segundo informe regional "Comunidades en riesgo y buenas prácticas".

Aunque el comportamiento de los gobernantes no ha sido tan extremo como en Brasil, organismos como la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) han manifestado su preocupación por la falta de respuesta oportuna y articulada de los gobiernos para enfrentar el SARS-CoV-2 y han recalcado que la pandemia no ha hecho más que exacerbar las condiciones de vulneración, discriminación y pobreza en que han estado sumidos los pueblos indígenas durante años. En Paraguay, por ejemplo, según datos de la Encuesta Permanente de Hogares de 2017, el 66,2 por ciento de esta población vivía en esta condición y la mitad estaba en situación de pobreza extrema.

La falta de atención en salud tiene diferentes causas y dentro de ellas se destaca la distancia geográfica. A menudo, los asentamientos suelen estar ubicados en áreas rurales donde ni siquiera los servicios primarios de salud son permanentes. Esto significa que a mayor complejidad de la enfermedad, mayor es la dificultad para encontrar atención, pues no solo hay que remontar grandes distancias, sino que el recorrido puede tardar desde unas pocas horas hasta varios días. Los investigadores de la Universidad de Los Andes ya mencionados establecieron que, en promedio, en Colombia las unidades de cuidados intensivos están a 198,53 km de los poblados indígenas y aunque la distancia no parece exagerada, precisan lo siguiente: "Sin embargo, la ausencia de medios de transporte rápido y asequible para llegar hace que el acceso a los servicios de cuidado intensivo sea una tarea que en muchas ocasiones se torna virtualmente imposible. Sin carreteras y medios de transporte fluviales rápidos entre el interior y buena parte de los resguardos y consejos comunitarios, la distancia real es mucho más grande".

Escuche el testimonio de Andrés Tapia, dirigente de la Confeniae.

La vía aérea es una de las más eficientes para transportar el oxígeno y otros insumos destinados a la atención de la pandemia en el Amazonas ecuatoriano. Foto: Cortesía de la Confederación de Comunidades Indígenas de la Amazonía Ecuatoriana (Confeniae)

A su vez la agencia Anadolu cita un estudio de Infoamazonía del 27 de mayo de 2020 según el cual, en Brasil la distancia promedio entre las comunidades indígenas y las UCI es de 350 km y para el 10 por ciento llega a ser de 700 a 1.079 km.

Para mitigar las dificultades de desplazamiento, pueblos como el siekopai, en Ecuador, se aliaron con oenegés para conseguir pruebas diagnósticas, al tiempo que organizaciones como la Confederación de Comunidades Indígenas de la Amazonía Ecuatoriana (Confeniae) han optado por obtener ayuda de terceros y no esperar las reacciones de los gobiernos. En su caso, decidieron fortalecer 90 de los 200 subcentros comunitarios del Ministerio de Salud y entre las acciones prioritarias les han entregado tanques de óxígeno.

Al problema de la distancia entre los asentamientos indígenas y los puestos de salud, los hospitales y las unidades de cuidados intensivos se suma otro igualmente delicado: la falta de capacidad del sistema sanitario para atender el alto volumen de enfermos de la covid-19, una cifra que a comienzos de 2021 no estaba consolidada, pero que le ha dado la razón a la Organización Mundial de la Salud (OMS) cuando en 2020 avizoró una segunda fase que podría ser aún más horrorosa en términos de cifras y calamidad. En junio de 2020, en la conferencia de prensa habitual de ese organismo, Michael Ryan, director de Emergencias, declaró que el virus SARS-CoV-2 no actúa solo, sino que se apoya en la mala vigilancia, y explota los sistemas de salud débiles, el mal gobierno y la falta de educación y de empoderamiento de las comunidades.

En los territorios indígenas de América Latina no cabe duda de la debilidad de los sistemas de salud: a comienzos de junio, diez de los doce países que aportan datos al Sistema de Registro en Información (SRI) ideado por Filac ya reportaban carencias absolutas o parciales de cinco grupos de servicios sanitarios básicos para el tratamiento y recuperación de la covid-19: médicos, hospitales, medicinas, pruebas y equipos e insumos (respiradores y materiales de higiene y protección para el personal).

Wira wira, matico, eucalipto, quina quina, manzanilla y romero son solo algunas entre cientos de plantas con propiedades medicinales que ofrecen en el mercado de las Brujas de La Paz. Foto: China Martínez

"¿Cómo vamos a ir al hospital si no hay camas para los enfermos?" se pregunta el yatiri Juan Quispe. Cuenta que todos los miembros de su familia enfermaron cuando uno de sus primos asistió a una fiesta patronal en el pueblo de Patacamaya, en plena cuarentena y pese a la prohibición de efectuar ese tipo de eventos. El virus se llevó a su padre, un hombre de 70 años con diabetes como enfermedad de base. Debido a su estado delicado, desde los primeros síntomas, decidieron llevarlo al Hospital del Norte en la ciudad de El Alto, pero, al no encontrar un espacio para su internación, regresaron a su comunidad con él moribundo. "Por hacer bien lo llevamos al hospital desde el principio pero aun así murió… lo enterramos en la comunidad", relata.

Con el pasar de las semanas, uno por uno, los cinco miembros de su familia se contagiaron entre sí. Por aquellos días, el Servicio Departamental de Salud de La Paz (Sedes) publicó una lista de medicamentos para pacientes con síntomas leves de la enfermedad: antigripal compuesto, ibuprofeno, aspirina, omeprazol, vitaminas C y D, omega 3, zinc y el antibiótico azitromicina —una caja de este medicamento costaba hasta 50 dólares, si se lograba encontrar en las farmacias—. Para enfrentar la muerte, no les quedó de otra que encomendarse a la Pachamama para sanar sus dolencias con eucalipto, wira wira y manzanilla y con llamamientos de ajayus.

Es la misma receta que usan las decenas de visitantes que acuden a diario a la calle Sagárnaga en el mercado de las Brujas de La Paz o de cualquier población latinoamericana donde los saberes ancestrales de los indígenas representan una esperanza para derrotar la covid-19.

Un texto originalmente publicado en:
https://www.connectas.org/especiales/saberes-ancestrales/medicina-indigena-alternativa-espiritual-en-medio-de-la-pandemia/

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