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¿Naufragia una mujer?



No hay límites para ella, aunque tuviera que construir una nueva barca y aventurarse a rutas desconocidas, para no regresar al sitio que creyó haberla destruido en su intento por remar a otros mares

    A mi madre, oriunda de Huazolotitlán, Costa Chica...a mis amigas y a todas las mujeres que luchan contra esos monstruos que nos acechan a diario





Por: Angélica Ontiveros




Mis pies descalzos seguían un sendero en penumbras, pronto creí llegar a mares más cálidos; fue un espejismo y lo demás un viaje sin retorno.

Hasta hoy había llegado a costas desconocidas, fue en un santiamén, después de tantas ilusiones de la niñez y sin asimilar que los años trascurrieron desapercibidos, apenas rosando los poros de mi piel ceniza.

Escudriñé cada camino entre el monte y la soledad misma bajo ceibas, descalza y hambrienta; pasando por alto el riesgo de naufragar en un inhóspito sendero de aparente paz, tan deseado por aquellos rostros abatidos y con exorbitante sollozar... la aventura soñada por esas almas acostumbradas a divagar en el mismísimo lugar que los vio engendrarse, pero que al abrir los ojos, era un torbellino inicuo llamado humanidad.

Salí de mi costa, de ese lejano "Barrio Chico", que se ocultaba tras numerosos cerros verdosos y otras veces secos, consumidos por las llamas del sol que incendiaban vastos caminos. Vislumbraba escenarios fantásticos creados en mi cabeza, reales de noche, pero irremediablemente efímeros tras el intento de recordarlos en la madrugada, siendo despertada por el cloqueo de esos viejos guajolotes que habitaban en un corral de alambre recocido.

Y así mi infancia era perseguida por un clamor de represión, voces en el aire me musitaban al oído que llegaría la hora de partir a lugares más desafiantes, donde la fortuna de la vida se compadecería de cada cicatriz en mis tobillos y de los holanes rasgados del vestido al que yo misma añadía retazos para que no me quedara rabón.

¿De verdad era todo el universo?
¡A mí me parecía que no!
Allá, en algún lado, tendrían que existir otras rutas de agua, sabore, texturas y aromas que esperaban ser encontrados por vivaces exploradoras, irracionales para muchos, pero que no se conformaban con el sedentario ritmo de nuestros contemporáneos.

Nada garantizaba que mis ideas fueran acertadas o erradas, ¡saldría sin importar el costo! era el grito vehemente arraigado en mi pecho y que una vez se consumió en altamar, conociendo el miedo de morir ahogada y devorada por monstruos perseguidores de mi pesar abstracto.

Nocturnas eras fueron mi escenario de encierro junto a aquel hombre que se creía tan poderoso como la misma ley y quien me perseguía por sus dichos de macho. Solo deseaba verlo asediado y devorado por una que otra criatura en lo más recóndito de las cuevas.

Rebozaban las hambrunas casi interminables, cuando me alimentaba solamente del sonido del arroyo que atravesaba por el jacal en el que moré; a estas cristalinas aguas acudía para atrapar chacalines arrastrados por una fría corriente.

El naufragio estaba en su máximo comienzo y no sé lo que me esperará en esta travesía. Sigo inquieta, buscando puntos estratégicos para no volver.  Tal vez este mar sería testigo de mis dolores de parto e intentaría callar los gritos de primeriza escuincla, con un huracán devastador quizá, el cual no sería impedimento para mirar mi ruta de escape.

Desde ahora miraba el otro lado del mar para dejar cada recuerdo en el pasado. La aflicción y el palpitar de mi corazón se estremecieron cuando, en mi vientre ya crecido, saltó el ser que en escasos tres meses sería la luz de mis ojos.

¡Llegué a costas desafiantes, que no se compadecían al arrojarme con todo y equipaje!

Naufragué y sigo de pie. No hay marcha atrás y mi historia en otras costas, la construiré yo sola.


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