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Las mujeres y el huracán Otis


Por: Rosalba Ramírez / reportera

La brecha de género también se hizo presente después del huracán Otis. Asomó el rabillo del ojo cuando las mujeres no pudieron acceder a la compra de toallas sanitarias, tampones o desodorantes porque los centros comerciales habían sido saqueados en el desespero y la incertidumbre del qué pasaría con Acapulco, porque la percepción desde adentro y el exterior el puerto se había perdido.

Entró de golpe con el cuerpo completo en los días posteriores al huracán, dejando expuesta y en vulnerabilidad la seguridad, quienes las llevaban de perder fueron las mujeres, las mujeres embarazadas que no tuvieron un hospital donde parir o un vehículo propio para trasladarse en medio del caos, el agua estancada y la polvareda. 



Las mujeres que se apuraron a recolectar alimento para proveer en sus hogares que se quedaron sin techos. Fue imposible que una mujer acumulara la fuerza para saquear un cajero de banco, no, las madres se enfocaron en el huevo, frijol, masa o medicinas.

La brecha llegó a las ancianas que vivían solas, a las madres solteras con hijas o hijos menores que rezaban porque hombres desconocidos no irrumpieran en sus hogares durante las noches o madrugadas para violarlas bajo la única luz que iluminaba las calles, la de la luna.

Si alguna mujer fue asesinada, violada, desaparecida o golpeada por su esposo no se visibilizó en los medios de comunicación, no impreso, no digital, no en radio porque también habían sido afectados. Si ocurrió lo vivieron ellas solas, tal vez algún vecino escuchó el grito ensordecedor de auxilio, pero sobraba el miedo y la histeria colectiva que paralizó.

Pero incluso en estas brechas también hubo desigualdades entre las mismas mujeres porque, pese a que el huracán impactó a ricos y pobres, no fue lo mismo para la mujer que vive en las Brisas, Costera o Costa Azul como para la mujer que vive en Salsipuedes, La Concepción, San Isidro Gallinero, Tuncingo, El Salto o Parotillas, comunidades de la zona rural de Acapulco, donde las casas estaban hechas de adobe, madera o palma cuando llegó el viento de más de 250 kilómetros por hora. 

Pero como la luz siempre se cuela, aprovechando un pequeño orificio, halló expansión en un grupo de mujeres de distintas colonias que en agradecimiento por ser beneficiadas del censo de damnificadas, obsequió y repartió alimento caliente al personal de Bienestar que las censaron y después a militares y Guardia Nacional que les entregó sus enseres y despensas.



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